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Un hallazgo que nos replantea la transmisión neuronal del dolor y el tacto

Ciencia, cultura y sociedad
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¿Qué sentimos antes, el dolor o el contacto físico? Esta pregunta parecía haber sido contestada por la ciencia médica desde hace algún tiempo, pero un nuevo estudio ha puesto en entredicho la teoría aceptada hasta la fecha, aquella que aseguraba que las señales nerviosas que comunican el sentido del tacto con el cerebro son mucho más rápidas que aquellas encargadas de la comunicación del dolor físico.

Esta afirmación se sustentaba en la mielina: las señales nerviosas encargadas de transmitir el sentido del tacto actúan mediante nervios recubiertos de una gruesa capa de mielina, la cual facilita la conductividad de las señales. Por otro lado, los nervios responsables de la transmisión de señales asociadas con el dolor poseen una capa de mielina muy delgada o, incluso, carecen totalmente de ella. Sin embargo, existía un factor en la naturaleza, concretamente los mamíferos, que dejaba la teoría de la mielina un tanto en entredicho. Y es que esta familia de animales posee los conocidos como nociceptores ultrarrápidos, neuronas aferentes destinadas a transmitir las señales del dolor lo más rápido posible. Con un detalle muy particular: su capa de mielina es muy delgada.

Para tratar de confirmar si la rapidez de la transmisión de las diferentes señales neuronales se debía únicamente al grosor de la capa de mielina y, a su vez, hallar si existe algo parecido a los nociceptores en el sistema nervioso humano, el equipo de Saad Nagi se puso manos a la obra con una interesante investigación.

Nagi, investigador del departamento de Medicina Clínica y Experimental del Centro para la Neurociencia Social y Afectiva de la Linköping University de Suecia, publicó recientemente las conclusiones de su estudio en la revista Science Advances. Un estudio que abarcó a 100 participantes sanos a los que se aplicó una técnica conocida como microneurografía. Gracias a este procedimiento es posible visualizar y rastrear el tráfico neuronal de los nervios periféricos que conduncen hasta el músculo y la piel. Concretamente, mediante este método es posible rastrear las señales del dolor y el tacto en las fibras nerviosas de una sola neurona. Esto, según afirman los investigadores, les permite emprender la búsqueda en el sistema nervioso humano de neuronas capaces de transmitir señales tan rápido como las encargadas del tacto pero similares a los nociceptores del dolor en mamíferos.

Entonces dieron con ellas.


Saad Nagi, investigador del departamento de Medicina Clínica y Experimental del Centro para la Neurociencia
Social y Afectiva – Linköping University.

 

De todas las neuronas con una capa de mielina delgada analizadas (que, recordemos, son las tradicionalmente asociadas al dolor), el 12% de ellas poseían las mismas propiedades que los nociceptores, presentando propiedades similares, como la ausencia de reacción ante un contacto suave. Sin embargo, a la hora de recibir contacto “agresivo”, como un pellizco, estos nervios transmitían el dolor tan rápidamente como transmiten la señal las neuronas encargadas del tacto.

Según los resultados obtenidos, Nagi afirma cómo “se hace evidente que estas fibras nerviosas con capas delgadas de mielina contribuyen a la experiencia del dolor cuando tiene una causa mecánica.” Estaríamos, por tanto, hablando de neuronas del dolor asociadas las señales vinculadas al tacto. Esta hipótesis se vio reforzada tras estudiar a sujetos con daño en el sistema nervioso que les provocó la pérdida de células nerviosas de capas finas de mielina, sin afectarles a las que poseen capas gruesas. Lo que en principio no debería haber afectado al tacto, resultó mostrar cómo la pérdida de las primeras células (asociadas al dolor) derivó en la pérdida de la capacidad de sentir contacto suave. Y, para sorpresa de los investigadores, también ocurría a la inversa: la pérdida de fibras nerviosas con capas gruesas de mielina, vinculadas al tacto, se relacionaba con la incapacidad para experimentar dolor mecánico.

Este hallazgo abre las puertas a nuevas formas de abordar patologías asociadas con el dolor.