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Los orígenes metabólicos de la ansiedad podrían hallarse en las mitocondrias

Ciencia, cultura y sociedad
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Según la Organización Mundial de la Salud, la ansiedad afecta a 1,9 millones de personas en España (el 4,1% de la población). Sin embargo, antes de profundizar en este aspecto, existe un matiz que numerosos profesionales de la salud mental apuntan cada vez con mayor frecuencia: la “ansiedad” es un problema “paraguas” que engloba diversas condiciones: desde un desorden de ansiedad general a ataques de pánico o ansiedad social. Quienes la padecen suelen experimentar sentimientos de angustia o de miedo, una preocupación incontrolable y excesiva sobre gran cantidad de acontecimientos o actividades cuya extensión en el tiempo puede llegar a prolongarse durante más de seis meses.

Por supuesto, estas condiciones también pasan factura a nivel físico, generando una sensación de fatiga crónica o malestar general durante todo el día. Es por ello que la investigación médica en torno a las causas y secuelas que la ansiedad puede generar en nuestro cuerpo continúa avanzando y lo hace con estudios tan interesantes como el llevado a cabo por el equipo de Iiris Hovatta, profesor del Departamento de Psicología y Logopedia de la Universidad de Helsinki (Finlandia).

Presentados en la revista PLOS Genetics, los resultados de la investigación sobre el papel que juega el metabolismo en la ansiedad llevada a cabo por el equipo finés, tanto con ratones como con modelos humanos, apuntan en una dirección de lo más interesante: las mitocondrias.

Partiendo de la observación sobre cómo diversos factores de riesgo de la ansiedad (el estrés, principalmente) actúan de forma diferente en las personas, haciendo a algunas más propensas a la condición que otras, Hovatta y su equipo se lanzaron a analizar el cerebro y la sangre de dos grupos de ratones sometidos a lo que denominaron “derrota del estrés social crónico.”

 

“Implicó 10 días de confrontación entre dos ratones macho, un agresor residente y un “externo” que reaccionaba de forma defensiva, evasiva o sumisa.” explica Hovatta. “Aunque todos los ratones “derrotados” (por los ratones agresivos) presentaron estímulos estresores, sólo unos pocos desarrollaron síntomas relacionados con el estrés, identificados como rechazo a las conductas sociales, convirtiéndolos en los sujetos idóneos para estudiar los mecanismos asociados con la susceptibilidad y la resiliencia”

Concretamente, lo que los investigadores descubrieron tras analizar a los ratones de ambos grupos fueron cambios significativos en la expresión de los genes y los niveles de proteínas de una región cerebral conocida como el núcleo de la estría terminal. Este punto es sumamente importante ya que cada vez más investigadores asocian esta zona con condiciones mentales asociadas al estrés. Y es aquí donde llegó el gran hallazgo: numerosos genes relacionados con las funciones mitocondriales se expresaron a niveles mucho más bajos en el grupo de los ratones que mostraban susceptibilidad, mientras que en los que mostraba resiliencia se expresaban mucho más altos.

A continuación, procedieron a realizar un test similar con 21 voluntarios (6 hombres y 15 mujeres), pacientes de la unidad de ansiedad del Max Planck Institute of Psychiatry de Munich (Alemania), ninguno de ellos bajo medicación alguna. Expuestos a los resortes que activaban sus ataques de pánico, los resultados en la expresión genética fueron muy similares a los obtenidos en los ratones.

Con los datos sobre la mesa, no cabe duda de que este estudio abre las puertas a la investigación de nuevas dianas terapéuticas para poder tratar de forma mucho más concreta y eficaz las condiciones mentales asociadas con el estrés.