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Ver (y moverse) para creer: el caso de Milena Caning

Ciencia, cultura y sociedad

Tienes 30 años, sufres una infección respiratoria a la que le siguen varios derrames cerebrales y ocho meses en coma. Cuando despiertas descubres que has perdido la visión y, de pronto, al cabo de un tiempo comienzas a percibir algunas formas y a distinguir colores de forma esporádica, pero no como cabría esperar.

Esta es la historia Milena Caning, la escocesa de 48 que hace 18 vio como su vida daba un vuelco tras atravesar esta angustiosa serie de patologías y sus consecuencias. Como si de un mecanismo de recuperación in extremis se tratase, su cerebro comenzó a lanzarle señales extrañas: en mitad de la oscuridad de su ceguera comenzó a ver la coleta de su hija cuando echaba a correr o el agua de la ducha escapándose por el sumidero. Milena descubrió que podía distinguir ciertos objetos y personas siempre y cuando se encontraran en movimiento, lo que se conoce como síndrome de Riddoch.

Recientemente, la revista “Neuropsychologia” ha recogido el estudio que un equipo de neurocientíficos de la Western University de Ontario, Canadá, ha realizado con Milena, cuyo resultado más destacable ha sido la elaboración del mapa cerebral de un paciente con ceguera más extenso y detallado hasta la fecha.

“(Milena) perdió un trozo de tejido cerebral del tamaño de una manzana en la parte anterior del cerebro, prácticamente la totalidad de sus lóbulos occipitales, que es la parte que procesa la vista,” explica Jody Culham, directora de la investigación. “En el caso de Milena creemos que la “súper-autopista” por la que circula el sistema visual llegó a un callejón sin salida. Sin embargo, en lugar de decidir apagar todo el sistema, Milena desarrolló lo que podríamos llamar “caminos de regreso” capaces de rodear esa súper-autopista para poder proporcionar información visual –principalmente de objetos en movimiento- a otras partes del cerebro.”


Jody Culham, encargada de la investigación. 

Durante el estudio, Canning fue capaz de reconocer el movimiento, la dirección, el tamaño y la velocidad de pelotas enviadas en su dirección, pudiendo interactuar con ellas sin ningún problema a la hora de interceptarlas o agarrarlas justo cuando se lo pedían los investigadores.

Estos resultados muestran las siempre fascinantes posibilidades de la plasticidad del cerebro, capaz de encontrar formas recuperarse en mayor o menor grado tras eventos de especial gravedad.

Un estudio que, como afirma Culham, (y valga la expresión) arroja luz sobre los entresijos de la relación entre las funciones visuales y cognitivas del cerebro.