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La alimentación de tu hijo/a puede depender tanto de ti como de su genética

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La obesidad infantil es una de las grandes preocupaciones en las sociedades occidentales, donde el índice de niños con problemas de sobrepeso cada vez es mayor. Los motivos han sido de sobra repetidos: desde el sedentarismo a una alimentación donde los ultraprocesados y los azúcares asoman la cabeza más de lo que deberían. Esta explicación, fuertemente arraigada tanto en la comunidad científica como en la sociedad, puede que tenga que matizarse a la luz del reciente descubrimiento que han llevado a cabo investigadores del King´s College London y la University College London, en Reino Unido.

Hasta ahora, la responsabilidad del sobrepeso de un niño recaía inequívocamente en la forma en que los padres le alimentaran, una explicación que no deja de ser perfectamente válida. Salvo por el hecho de que, según estos investigadores, la influencia genética del niño tiene mucho más (perdón por el juego de palabras) peso del que creíamos.

Publicado en la revista PLOS Genetics, los investigadores estudiaron la relación entre la predisposición genética de un niño hacia un peso mayor o menor y las prácticas alimenticias de sus progenitores.  Para empezar, se analizó el comportamiento alimentario de los hijos, donde se encontró que una restricción rígida de ciertos alimentos puede provocar un aumento de peso ya que los niños tienden a sobrecompensar dicha restricción comiendo en exceso cuando ésta desaparece. A su vez, la presión hacia un niño para que se acabe el plato suele provocar ansiedad en niños con poco apetito, poniendo en riesgo su aumento de peso.  Partiendo de esta base, Saskia Selzam (autora principal del estudio e investigadora del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King´s College London), halló una correlación. Al estudiar a aproximadamente 4.500 pares de gemelos ingleses


 

“Encontramos que los padres cuyos hijos estaban genéticamente predispuestos a tener un peso más bajo, les presionaban más para que comieran, y aquellos padres cuyos hijos estaban genéticamente predispuestos a tener un peso mayor fueron más restrictivos sobre cuánto y qué se les permitía comer.” O dicho de otro modo: los padres que presionan tanto para que el niño coma como para que no suelen tomar decisiones basándose, sin saberlo, en la predisposición genética de su hijo o hija a un mayor o menor peso. Esto, desde luego, supone que tanto las restricciones como las presiones a la hora de comer y sus efectos colaterales ya mencionados no hagan sino ahondar en el problema.

Una conclusión que promete plantear nuevos enfoques sobre la problemática de la obesidad infantil.