Una de las grandes preguntas de la humanidad no se remonta a momentos tan remotos como el origen del universo ni tiene que ver con la existencia o no de entidades divinas. Una de las grandes cuestiones del ser humano ha sido y siempre será: ¿Por qué mi amigo, compañero de trabajo, familiar, vecino o ese señor de la radio se ha tomado tan mal algo que (en principio) era un comentario simplón, sin malicia, sin carga de fondo?
Por las ondas P3 del cerebro. O eso asegura un nuevo estudio de la Universidad de Iowa (EE.UU.), que ha analizado la actividad de estas ondas en niños para tratar de encontrar un marcador cerebral asociado con la agresividad. Y, al parecer, lo han encontrado.
El experimento ha consistido en la medición de un tipo de onda cerebral en niños de entre 30 y 42 meses de edad, los cuales demostraron picos más pequeños de la onda cerebral P3 en situaciones que les suponían un conflicto de asimilación de los estímulos del entorno y, por tanto, reaccionando a éstas de forma más agresiva.
Para ello, se equipó a un total de 153 niños de sensores capaces de medir la actividad de las ondas cerebrales mientras sonaban una serie de tonos variables en un momento especialmente agradable para los pequeños: mientras veían dibujos animados sin sonido. La utilización de tonos se debió, según los investigadores, en que el cambio de éstos es análogo a los cambios que lleva a cabo el cerebro en una interacción social.
Con los resultados sobre la mesa, fueron los mismos padres quienes confirmaron que los niños con ondas P3 más baja presentaban, efectivamente, un comportamiento más agresivo a nivel general.
“Sus cerebros son menos capaces para detectar cambios en el ambiente. Y, debido a que son menos capaces de detectar cambios en el entorno, es más probable que malinterpreten la información social ambigua como hostil, lo que los lleva a reaccionar agresivamente. Esta es nuestra hipótesis, pero es importante señalar que hay otras posibilidades que puede explicar la agresión que la investigación futura debería examinar”, ha afirmado Isaac Petersen, autor del estudio publicado en el “Journal of Child Psychology and Psychiatry.”
Según los investigadores, este puede ser el primer paso de una metodología capaz de detectar futuros comportamientos de acoso escolar y violencia durante la adolescencia, permitiendo su tratamiento a nivel conductual en edades en que todavía pueda ser fácil de encauzar.