¿Cuántos libros y promociones de charlas motivacionales ha visto últimamente que le animan con vehemencia a coger el toro por los cuernos y asumir riesgos? Seguro que no pocos. Algunas personas terminan haciéndolo mientras que otras se quedan en una permanente indecisión. Unas se arrepentirán de haberlo hecho y otras de no haberlo intentado. A unas las llamarán imprudentes, a otras valientes; a unas cuantas reflexivas y a esas mismas otros les etiquetarán de cobardes. Pero, al margen de lo que nos parezca la asunción de tal o cual riesgo… ¿Existe algún motivo para que algunas personas sean más reticentes que otras a la hora de tomar este tipo de decisiones? Según una investigación de la Universidad Johns Hopkins (EE.UU), parece ser que si.
Publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, el estudio ha sido presentado por Sridevi Sarma y Pierre Sacré, científicos de la Escuela de Ingeniería de la Universidad Johns Hopkins, quienes analizaron la actividad cerebral de un grupo de pacientes de epilepsia de la Clínica Cleveland cuando jugaban a las cartas. Con ello pretendían hallar la zona cerebral donde se produce y gestiona el comportamiento vinculado al riesgo.
La elección de pacientes con epilepsia no fue casual, ya que éstos contaban con una serie de electrodos implantados directamente en el cerebro empleados en un estudio previo destinado a investiganuevos tratamientos quirúrgicos para su enfermedad. Aprovechando estos dispositivos, el equipo de Sarma y Sacré analizaron las estructuras cerebrales en tiempo real de los sujetos de estudio mientras jugaban al juego de la carta más alta contra un ordenador, incluyéndose dos tipos de apuestas para el jugador: una más conservadora, de 5 dólares y una más arriesgada, de 20.
Según Sarma, el comportamiento de los jugadores se basaba en cómo les fue en las apuestas anteriores, algo que parece bastante lógico y de esperar. Sin embargo, fue tras observar la aparición de ondas cerebrales gamma de alta frecuencia de forma predominante cuando comenzaron a llegar a conclusiones más interesantes. Por ejemplo, los investigadores localizaron dichas señales en el hemisferio derecho cuando los jugadores corrían mayores riesgos, mientras que su aparición en el izquierdo era síntoma de una menor disposición a ellos.
Partiendo de esta base, el equipo de Sarma y Sacré elaboraron una ecuación matemática capaz de calcular de forma exitosa el sesgo de cada paciente según sus apuestas previas. Y es aquí donde llegaron a la conclusión más sorprendente: “Descubrimos que los resultados de las partidas más antiguas se desvanecían en la memoria, es decir, lo que sucedió más recientemente era lo que determinaba el empuje de la siguiente decisión”, apunta Sarma.
Unos resultados que vuelven a apuntar al papel decisivo de nuestra memoria en más ámbitos de nuestra vida de los que creíamos.